La fuerza que va adquiriendo la resistencia civil contra las acciones del gobierno de Vicente Fox es a la vez un acontecimiento esperanzador y triste.
Lo esperanzador radica precisamente en el movimiento, en las personas que se unen a él, en la pluralidad de quienes han anunciado su participación en las marchas del 24 de abril, la del silencio en México, D.F. y las muchas otras convocadas en distintos países... se trata de mexicanos que, mayoritariamente, no pueden considerarse habituales activistas políticos. Un pueblo en marcha por la democracia es un espectáculo siempre emocionante y pleno de dignidad, de soberanía verdadera, de vocación cívica.
Lo triste, evidentemente, es que el origen de esta movilización sea la forma en que Vicente Fox dilapidó el capital político que obtuvo con su elección, cómo perdió pronto el interés por cumplir siquiera una de sus abundantes promesas para poco después perder el rumbo, la brújula y, a últimas fechas, la más elemental decencia. Lo más triste es que estamos ante otro sexenio perdido más.
Aferrarse a una concepción rigorista y discrecional de la ley y a una versión oficial que la mayoría de los mexicanos saben falsa, representa por parte del gobierno un divorcio total del electorado y, en el fondo, una ofensa a la inteligencia, al patriotismo y a la sensibilidad de los mexicanos.
La actitud del gobierno de Vicente Fox resulta lamentable, lejana y nebulosa, y no consigue sino enfatizar la percepción popular de que el espacio en donde habita y se mueve el actual gobierno es una zona imaginaria y totalmente divorciada de la realidad cotidiana de 100 millones de mexicanos, la que el ingenio popular ha denominado "Foxilandia" o "El país de las maravillas", donde todo funciona maravillosamente mientras el México real no ha resuelto sus problemas y, además, los ha visto multiplicarse en los años del gobierno que debía ser "el suyo".
Sólo desde el desapego de la realidad y desde el delirio de poder más desbocado se explica que el gobierno de Vicente Fox y sus aliados hayan creído sinceramente que el desafuero no tendría consecuencias entre la población. Sólo desde una soberbia injustificable se entienden las declaraciones que han seguido a la acción autoritaria: el titubeo de las declaraciones contradictorias, la repetición inane de la mentira, el uso de argucias retóricas de una pobreza espectacular como el intento de sobajar al Jefe de Gobierno del D.F. convirtiéndolo en el "Señor López", la solicitud a los medios de comunicación de no tocar el tema del desafuero del señor López, etc.
La "Presidencia Imperial" que Vicente Fox fue electo para desmontar y reemplazar por la soberanía popular acabó seduciendo al gobernante. La "silla maldita" que le dijo Zapata a Villa ejerció su embrujo. El hombre que obtuvo apoyo por oponerse al autoritarismo se metamorfoseó en una encarnación más de ese autoritarismo, de esa triste borrachera de poder que tan patéticos espectáculos nos ha ofrecido mediante una ristra de gobernantes que se remontan, cuando menos, a Adolfo Ruiz Cortínez, ese hombre que un día preguntó qué horas eran y recibió de algún cortesano la respuesta contundente: "Las que usted diga, señor Presidente".
Que no se equivoque Vicente Fox pensando que su problema es Andrés Manuel López Obrador. El político tabasqueño es una parte del problema, entre otras cosas por ser un gobernante exitoso y apoyado por sus gobernados. Pero lo que el 24 de abril lanzará a las calles a cientos de miles de mexicanos en todo el mundo no es López Obrador, y no es el desafuero absurdo y sucio en sí, sino todo lo acontecido desde el 1º de diciembre de 2000, y cuya dimensión Vicente Fox no parece haber podido aprehender.
El gran convocante a la marcha es el gobierno foxista, sus acciones y sus inacciones.
No es aventurado pensar que el presidente Fox apuesta al olvido sin darse cuenta de que los años también modean a los ciudadanos. Las promesas de la larga campaña de 1997-2000 siguen presentes en la percepción ciudadana. Algunas, como la de resolver el problema de Chiapas en 15 minutos, se han vuelto emblemáticas y una bendición para los caricaturistas políticos, pero todas, acumuladas en la feria de ofrecimientos contradictorios que fue la campaña foxista, y el total incumplimiento de todas, pesan en la percepción popular.
Se esperaba justicia contra los depredadores de la patria. Lo que hubo fue colusión y compadrazgo cómplice desde la conformación del gabinete. Se esperaba el fin de la impunidad. Nos dieron la misma impunidad para los de antes (Salinas, Echeverría, Cabal Peniche) y para los nuevos (Estrada Cajigal, Luis Pazos, Lino Korrodi). Se esperaba firmeza para tratar el tema migratorio con Estados Unidos. Se tiene alguna vaguedad que pospone el tema para un futuro indeterminado, mientras el panismo actúa para militarizar la frontera. Se esperaba la diversificación de la economía hacia Europa y Asia. Lo que hay es la consolidación de la dependencia de nuestra balanza comercial con respecto a Estados Unidos. Se esperaba combate al narcotráfico, se esperaba énfasis en la microeconomía por encima del cacareo vano de los indicadores macroeconómicos, justicia, un liderazgo con autoridad moral, que el Procurador General de la República fuera designado por el Congreso de la Unión, apoyo decidido a la educación, un nuevo sistema financiero, democracia efectiva... en fin, se esperaba mucho.
Pero se esperaba no por delirios de los electores, sino porque el candidato Vicente Fox así lo prometió, siempre hablando de planes y leyes que ya tenía listos para ponerlos en marcha en cuanto tomara posesión del Ejecutivo Federal para gloria de la nación. La lista anterior está seleccionada del libro A Los Pinos, donde las palabras de Vicente Fox se vuelven contra él, crueles.
Sólo un ejemplo. De la revolución mexicana y los gobiernos emanados de ella dijo, página 118: "Desgraciadamente, todo lo que al principio significó vanguardia y un proyecto de nación, cayó por tierra cuando el ganador asuió el poder. Aunque con otros nombres y apellidos, el país regresó a la dictadura y al monopolio del poder que supuestamente había derrocado. Se olvidaron los compromisos y las ideas fundamentales..."
Lo que criticaba es, precisamente, lo que ha hecho desde el momento en que formó su gobierno.
Los errores, omisiones, fallas, falsedades, mentiras y altanería creciente del gobierno de Vicente Fox son los grandes responsables de la convocatoria de las marchas del 24 de abril. No hay ninguna indicación sólida de que Andrés Manuel López Obrador esté ocupando hoy, en el imaginario colectivo, el papel de líder y prometedor supremo que tuvo, hace seis años, Vicente Fox. Lo que sí hay son indicaciones que el gobierno debería tener en cuenta (y que parece ignorar con desprecio) en el sentido de que los mexicanos, en general, simpatizantes de diversos partidos, ideologías y candidatos, empiezan a plantearse la construcción de una democracia que trascienda la declaración y el discurso (y, por tanto, de recuperar la soberanía de la nación) para que no vuelva a darse un fenómeno tan desalentador como el foxismo.
Pero la gente que va a la calle no va, al menos no en su mayoría, al menos no principalmente, por apoyar a un precandidato o por expresar su oposición al régimen. Lo que el desafuero ha puesto en la mesa es el delicado tema de quién toma las decisiones acerca de quien gobernará en México a partir del 1º de diciembre de 2006 pero, sobre todo, de cómo gobernará, de la transparencia y rendición de cuentas que se le podrá exigir para no repetir la historia patética y cada vez más triste del foxismo.
La dimensión histórica que puede llegar a tener (en alguna medida ya la tiene) la movilización de los mexicanos es, en cierta medida, impactante, llama a la sobriedad, a la serenidad. Muchos que nunca tuvieron actividad política hoy consideran su deber ciudadano, su deber patriótico (si se permite una palabra tan manida por los gobiernos antidemocráticos), expresarse de manera libre, pacífica y civil.
Esto, digámoslo con claridad, nunca había ocurrido, al menos no en la escala que parece estar ocurriendo.
El domingo 24 de abril los mexicanos salen a las calles. En México, en Inglaterra, en Francia, en España, en Brasil, en Australia, en Estados Unidos y en otros países.
Quizá, sólo quizá, nos decimos con gran cautela, estamos ante un hecho que puede realmente cambiar el rumbo que le han destinado a nuestra nación los que la controlan a despecho de nuestra voluntad, nuestro deseo y nuestras necesidades.
Quizá, sólo quizá, se permita soñar en la construcción de una verdadera democracia para México basada en lo que los mexicanos deseamos y que trascienda el límite de la democracia electoral en la que hasta ahora la mayoría se ha visto encasillada.
Quizá, sólo quizá. Y precisamente por eso vale la pena.
1 comment:
Post a Comment