Vicente Fox se despide presidiendo sobre un acto represivo que marca, en muchas formas, el rumbo futuro de México.
No es que el gobierno de Fox se haya cerrado a la negociación para resolver un conflicto desatado por la represión que Ulises Ruiz lanzó contra los profesores el 14 de junio, es que Fox y sus partidos, el PRI y el PAN, decidieron apoyar al gobernador en contra de un creciente movimiento social disparado por la indignación ante la brutalidad gubernamental pero que se alimenta de todos los agravios que ha sufrido Oaxaca a manos de sucesivos gobiernos.
Una vez tomada la decisión de no desaparecer los poderes en Oaxaca pese a cumplirse de manera amplia los presupuestos constitucionales que justifican tal medida por parte del legislativo federal, la cuestión no era si se iba a reprimir, sino cuándo y con cuántos muertos.
De nuevo, Fox, este nuevo Díaz Ordaz que pasó seis años en la inexistencia política sólo para hacerse presente mediante unas elecciones plagadas de irregularidades y mediante la brutal represión contra una ciudadanía legítimamente indignada, apuesta por el silencio de los medios de comunicación internacionales.
Día a día, desde el extranjero, quienes siguen los acontecimientos en México experimentan un asombro incesante. Los diarios mexicanos hablan de uno, de dos, de tres muertos; de ataques de grupos al parecer pagados, de secuestros, de ingobernabilidad en Oaxaca. Las fuentes de información variadas de las que se dispone pintan un panorama profundamente alarmante de descomposición política y social durante cuatro meses de inacción, desidia y negligencia gubernamentales que llevan al luto en hogares cuyo principal delito es no pertenecer a los grupos dominantes y no aceptar su condición de ciudadanos de tercera. Y los diarios europeos y estadounidenses, que sin duda reciben los despachos de agencia sobre la situación, sobre la muerte, sobre la profunda estupidez e insensibilidad que han sido el sello del lamentable paso de Fox por el poder presidencial, y los omiten.
No son noticia. México no es noticia. Apostó a ello Díaz Ordaz en el 68. Apostó a ello Echeverría en la guerra sucia que aún se ignora en los medios internacionales. Apostaron a ello De la Madrid con el fraude electoral del 88, y Salinas al asesinar a 600 perredistas, y el patético Zedillo al hundir económicamente a México, y Fox al decidir hacer una elección de estado.
No es difícil imaginarse a Fox rodeado de sus asesores, y a algún egresado de Harvard explicándole que si reprime a la APPO (organización que sólo existe debido a la represión de Ulises Ruiz) nadie se inmutará, que la impunidad le espera para recibirlo con un abrazo, que los mexicanos mueren rodeados del silencio cómplice de los que son socios de negocios en México, incluidos los medios de comunicación.
Es pronto para saber si Fox ha abierto otra caja de Pandora en este país cuajado de cajas de Pandora cuidadosamente fabricadas por un poder al servicio de muy pocos. Mientras escribo esto, los mexicanos indignados de Oaxaca siguen batiéndose en escaramuzas contra los mexicanos a sueldo de la PFP (muchos de ellos militares). El riesgo, sin embargo, existe, sobre todo por cuanto que en el alto mundo del poder, en esa atmósfera rala que provoca tantas alucinaciones por vértigo y falta de oxígeno, no parece haberse percibido todavía la amplia gama de motivos de indignación que plagan a los mexicanos.
Fox se va demostrando, por si alguien todavía lo dudaba, que no es sino un priísta más, que le importan muy poco los mexicanos a los que engañó hace seis años, que vivos o muertos son una molestia menor, y que desprecia profunda y rancheramente la grave situación social, económica, sanitaria, laboral y educativa de más de 100 millones de mexicanos.
El cuando menos ilegítimo Felipe Calderón deberá tomar este legado y construir sobre él un poder más cínico, más fuerte, más represor y con un PRI y un PAN más omnímodos, que impidan que ningún representante de la ciudadanía acceda jamás al poder en México.
La democracia está bien en los discursos. En la vida real, el tolete, el fraude y el engaño son la forma de gobierno que sigue imperando en México, como en tiempos de Don Porfirio.